Hoy charlamos con Luigi Grando, Director del Área Geográfica de América Latina y el Caribe, sobre los desafíos, avances y transformaciones que atraviesa la región.
Esta entrevista forma parte de nuestra serie #5Questions, que ya ha contado con las valiosas perspectivas de Deborah Rezzoagli y Gianluca Falcitelli (en italiano e inglés).
Estudié Economía del Desarrollo en la Facultad de Economía Política, con una tesis centrada en el monitoreo y la evaluación de proyectos de cooperación. Por eso, cuando supe del curso de posgrado en diseño de desarrollo sostenible en Pantalla di Todi, me postulé sin dudarlo. Fue una experiencia valiosa, interesante y, además, sorprendentemente divertida. Se creó un ambiente de solidaridad genuina entre los participantes, y en muchos casos, surgieron amistades que han perdurado en el tiempo.
Mi vínculo con América Latina nació a través de una pasantía en Colombia, organizada por el CISP justo después del curso. Fue una vivencia fascinante, intensa, profundamente formativa, con un alto contenido práctico que me ayudó a crecer. Luego llegó una llamada que cambió el rumbo de mi vida. Estaba en Londres, cerca de la Navidad de 1994, cuando Carlo Tassara, uno de los fundadores del CISP, me dijo: “Hay una posibilidad de ir a Colombia. ¿Te interesa?”. Recibí el Año Nuevo en Cartagena de Indias en Colombia. La relación con Carlo fue fundamental. Me orientó, me sostuvo y me enseñó con generosidad. Con el tiempo, cultivamos una amistad sincera, y el CISP dejó de ser solo una organización para convertirse en parte de mi historia personal. También Paolo Dieci fue una figura clave para mí, un referente de visión y de estilo. La vida, al fin y al cabo, es también cuestión de suerte, y yo tuve la gran fortuna de aprender y trabajar con ellos.
Hoy en día, la cooperación en América Latina se encuentra en un punto de inflexión, influenciada por dos grandes transformaciones. Por un lado, la decisión del gobierno de Estados Unidos de cerrar su agencia de cooperación en casi toda la región —salvo en Argentina—, dejando un vacío notable. Por otro lado, la Unión Europea ha concentrado sus esfuerzos en la estrategia Global Gateway, que apuesta por intervenciones de gran escala en sectores clave, tanto para Europa como para los países latinoamericanos.
Se trata de dos versiones distintas de un cambio profundo en el paradigma del desarrollo. Actualmente, los desafíos se abordan desde la perspectiva de la “Nueva Economía Estructural”, impulsada principalmente por China. Este enfoque promueve grandes inversiones privadas respaldadas por cooperación en áreas como el comercio, el emprendimiento y la formación profesional, siempre en sintonía con las necesidades del sector privado. En el caso europeo, se suman componentes “inclusivos” que buscan que las poblaciones más vulnerables también se beneficien de estas inversiones.
Frente a este escenario, el CISP ha trabajado en dos líneas durante las últimas dos décadas. Por un lado, la respuesta a emergencias, como la situación de los desplazados internos en Colombia, la migración venezolana y la gestión del riesgo en Argentina. Por otro, la construcción de propuestas integrales centradas en los territorios y en las personas, apostando por su empoderamiento y su capacidad de agencia, con énfasis en jóvenes y mujeres. Así llevamos a la práctica nuestro lema: derechos, hechos, personas.
Para lograrlo, desarrollamos herramientas como ICAMP (Instrumento para la Caracterización y Análisis Multidimensional de la Población), los Acuerdos Territoriales, las Inversiones Pequeñas y Prioritarias, y metodologías de fortalecimiento de competencias socioemocionales (CSE), integrándolas en actividades deportivas, culturales y escolares, fomentando también la participación democrática desde temprana edad. Nuestra convicción es clara: solo las personas en sus comunidades pueden generar cambios reales. Nuestro rol es brindarles las herramientas, las oportunidades y, sobre todo, ayudar a construir confianza en sí mismas y en el futuro. Sin esa confianza, la única salida percibida es la huida —que puede ser migración o, en el peor de los casos, suicidio— como lo vimos con los jóvenes de Mérida, donde apoyamos un parque de integración juvenil justo debajo del “puente de los suicidios”. A eso nos dedicamos: con humildad, con profundo respeto, y con una inmensa admiración por quienes trabajan cada día en sus territorios, por sus familias y por sus comunidades.
Nuestro foco está en cómo construir modelos de cambio positivo y sostenibles que no dependan únicamente de los proyectos de cooperación. Los acuerdos territoriales son una respuesta prometedora, pero su implementación enfrenta dos grandes desafíos. Por un lado, una cultura de cooperación —tanto en comunidades como en donantes— que aún percibe los proyectos como una fuente de beneficios inmediatos (“¿qué hay para mí?”, se escucha con frecuencia). Por otro lado, una inercia interna que a veces lleva a ejecutar proyectos desde una lógica excesivamente técnica, encorsetada en marcos lógicos y actividades rígidas.
Por eso, hemos emprendido un camino basado en tres pilares: 1. Desarrollo de una gestión basada en datos; 2. Uso de las CSE como herramienta de agencia; 3. Colocar a las personas y a las comunidades en el centro, a través de los acuerdos territoriales. Para fortalecer estos pilares, hemos creado un sistema de formación continua y de intercambio de experiencias, impulsado alianzas con actores del territorio —tanto en América Latina como en Europa— más allá del ecosistema clásico de cooperación, y establecido una Oficina de Innovación que promueve el pensamiento crítico, la innovación tecnológica, la transformación organizacional y nuevos modelos de gestión
Cada proyecto es único, porque en el fondo, el proyecto no existe, el proyecto son las personas. Sin embargo, hay dos que guardo con especial intensidad: uno por su carga emocional, otro por su valor técnico.
El primero fue mi proyecto inicial: la construcción de un albergue juvenil. Más de diez años después, uno de los jóvenes que participó en aquella experiencia me llamó para contarme su historia. Me agradeció profundamente y me dijo que aquella intervención le había salvado la vida. Esa llamada confirmó todo el sentido de lo que hacemos.
El segundo fue el proyecto Cohesión Social y Desarrollo, que llevamos adelante cuando trabajaba en Medellín. Nos permitió desarrollar la estrategia de acuerdos territoriales, una metodología que desde entonces ha guiado gran parte de nuestro trabajo y que se convirtió en piedra angular de nuestra acción.
Creo firmemente que la cooperación internacional seguirá siendo fundamental, y quizá lo será aún más frente a los cambios geopolíticos que se intensificaron tras la llegada de Trump al poder. Para quienes creemos en la democracia y en los valores europeos, la cooperación es un canal vital.
Pero es necesario repensarla desde sus cimientos. Incluso trabajando con herramientas tradicionales —como los proyectos—, debemos centrarnos en generar transformaciones reales, visibles, tangibles. Es urgente dejar atrás los tecnicismos que muchas veces hacen del sistema de cooperación una estructura autorreferencial.
Esto requiere un cambio de mentalidad. Tal vez implique redefinir nuestras prioridades o, al menos, redescubrir lo esencial con nuevos ojos. Como decía Paul Ricoeur, se trata de aspirar a “una vida buena —con y para los demás— en instituciones justas”.